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Daniel Rojas Pachas

El arte de la palabra: enfermedad y encierro en la escritura de Enrique Lihn

Actualizado: 4 jul 2021


Por Daniel Rojas Pachas.


Enrique Lihn, una de las mentes nacionales más lúcidas del siglo XX, desarrolló en su obra poética y narrativa dos temas que hoy nos embargan a nivel mundial, la enfermedad y el encierro. Desde sus primeras publicaciones el lector puede descubrir que Lihn pone atención al lenguaje que nos determina y cómo este en gran medida delimita nuestra forma de interpretar el mundo. La palabra es la principal cárcel o como diría William Burroughs, un virus. En las palabras encontramos las fronteras que nos constriñen y la matriz de todos los mecanismos de vigilancia que afectan al sujeto; por otra parte, la propagación del lenguaje y la forma en que convivimos con él, la manera en que lo aprendemos y cómo condiciona todas nuestras actividades dan cuenta de su naturaleza vírica. El virus perfecto no mata a su huésped. El lenguaje nos habita y también nos define, pues nos ubica dentro de múltiples categorías sociales y culturales como miembros de una comunidad. En primera instancia el lenguaje define si estamos dentro o fuera, si somos locales o extranjeros y a partir de esa simple operación se inician una serie de derechos y limitaciones. Como diría Lihn en su último libro, Diario de Muerte, el cual escribió mientras agonizaba producto de un cáncer: Hay sólo dos países: el de los sanos y el de los enfermos / por un tiempo se puede gozar de doble nacionalidad / pero, a la larga, eso no tiene sentido / Duele separarse, poco a poco, de los sanos a quienes / seguiremos unidos, hasta la muerte / separadamente unidos. El extracto del poema sin duda está enfocado en la enfermedad, pues es parte de un libro que trata sobre la propia experiencia del autor ante la muerte, sin embargo, el poema cierra con el siguiente verso: Empezamos a enviar y recibir mensajes de nuestros verdaderos / conciudadanos / una palabra de aliento / un folleto sobre el cáncer. Si nos acercamos a la obra de Lihn y leemos con atención sus textos, haciendo una relación entre estos y las otras obras que realizó en múltiples soportes: novela, cuento, poesía, cómic, acción de arte, cortometraje y ensayo, nos daremos cuenta que estas alusiones a la nacionalidad como seña de pertenencia y ligazón a una forma de habla, implican a la vez su contracara: me refiero al desarraigo, el solar del extranjero, la situación del meteco y autoexiliado. Lihn se enfoca con igual atención en la renuncia y la dolorosa separación de la palabra, esa incansable búsqueda por robar algunos secretos y escapar de las formas de comunicación bajo vigilancia y censura.

Quiero compartir dos momentos ilustrativos en la poesía del autor, pues sirven como vía de acceso para comprender el posicionamiento ético y estético de Lihn, en torno a la palabra sitiada. En el poema “La pieza oscura”, que da título a uno de sus primeros libros, el hablante presenta un primer encuentro con el sexo. Lo que empieza como una contienda física entre primos, pasa a ser el descubrimiento del placer y el tránsito de la inocencia infantil hacia la madurez. Un elemento central en el poema, son los ojos vigilantes de los adultos. El texto instala la noción de pecado como parte de una educación moral que condicionará los miedos y represiones del sujeto. Lo que el autor comunica en este poema, es una sensibilidad atravesada por medios represivos que determinan nuestro pensamiento desde la niñez: la familia, el colegio, la religión. En la reconstrucción que el poema hace de la memoria, queda presente el control como una marca que signa el tiempo y la experiencia. Esto se relaciona con un segundo texto, titulado “Nunca salí del horroroso Chile”. En este poema, el sujeto expone su vida atravesada por el habla que le fue impuesta en el Liceo Alemán. La relación con sus pares, así como la vida en los patios y en las aulas, se desarrolla en un espacio de encierro dominado por una forma hegemónica de entender la realidad: una especie de regimiento que se vuelve un constante recordatorio que jamás habrá un afuera. Todos los viajes y posibles exilios nos remiten a la lengua materna, la imposibilidad de escapar de nuestra educación sentimental y las primigenias fuerzas censoras.

Este posicionamiento en la escritura de Lihn se acentúa en su narrativa, específicamente en su trilogía sobre el poder. En su novela de 1980, El arte de la palabra, texto extravagante y podríamos añadir prácticamente desconocido para el público chileno, da cuenta de su mirada sobre el encierro y las enfermedades que acarrea el lenguaje, sobre todo cuando está secuestrado por un poder omnímodo. La novela nos hace testigos de dos formas de enclaustramiento. En primera instancia tenemos la situación que vive toda la isla de Miranda. La topografía en la que transcurre la novela, se encuentra dominada por un poder imperecedero que ha ensayado todos los mecanismos de gobierno, desde la monarquía hasta el sistema republicano, pero siempre bajo el alero del gran protector, un dictador que se erige como una figura elusiva y avasallante. Su mítica y efímera condición lo ha hecho incluso perder su identidad la cual se confunde con la de sus descendientes. El poder en Miranda responde a un móvil estatismo.


Desde la elección del título, El arte de la palabra, Lihn pone énfasis en las trampas del lenguaje y en la teología del poder, y cómo esto determina a una población sumida en una especie de sicosis colectiva o sociosis producto de un poder que coacciona a los ciudadanos en cada minucia cotidiana con su verborrea y sistema de publicidad e instituciones panfletarias. Estos sujetos presos en su propio país, nos llevan a reflexionar sobre un segundo nivel de encierro, el que presentan los artistas extranjeros invitados por el dictador para validar su régimen ante el mundo. Encabezados por el alter ego de Enrique Lihn, Gerardo de Pompier, vemos en la novela desfilar a un bestiario de esperpentos anacrónicos, cuya fama y fortuna se sostiene en su cercanía con el gobierno y sus prebendas. Estos artistas monigotes que buscan medrar, son el típico creador oficialista que no tiene escrúpulos y pone su talento al servicio del habla hegemónica. Lo particular de su estancia en la isla, es que Pompier y compañía tienen sus desventurados encuentros en el Hotel Cosmos, un portento arquitectónico que es descrito como un inmenso laberinto en forma de esvástica, lo cual evidencia la intención de Lihn, al fijar una crítica en torno a cómo habitamos con comodidad y complacencia los grandes discursos. Los personajes descansan al interior de la materialización de una cruenta ideología en un particular tipo de encierro. Por último, en la novela Lihn no pierde la oportunidad de mostrarnos el anverso de este poder desbocado. En relación a las fuerzas de oposición, es importante mencionar el capítulo del nuevo saurio. Se designa así a una especie que ha emergido en una provincia de Miranda. Allí llega uno de los artistas invitados, pues dada su vocación científica, cree haber descubierto al eslabón perdido. El personaje -Roberto Albornoz- se traslada a la zona y en correspondencia con Pompier da cuenta de un hombre réptil que ha descubierto una nueva forma de comunicación, a través de un lenguaje ininteligible para el poder. Esta forma de comunicación, se presenta en miles de ciudadanos mutantes que viven como lagartos, evitando ser presa de los centros de reencauzamiento de conducta del dictador. El texto no persevera en la historia y nunca sabemos qué pasa con esta especie de nuevo saurio y menos, con la investigación científico-lingüística que ha surgido a propósito de su aparición. Sin embargo, la novela fiel a su carácter auto paródico, señala en el prólogo a la novela, y también en voz de Pompier en su diario, que la senilidad de su colega, lo ha llevado a confundir al llamado nuevo saurio, y su forma de comunicarse, con un grupo de refugiados oposicionistas que han optado por vivir en silencio, auto censurados y al margen de la vista del poder, renunciando a su ciudadanía, al habla y a su país. Un mecanismo para deslegitimar al poder y anularlo a través de la renuncia a su control. Desligarse del virus de la palabra y el encierro renunciando a ella.

Es claro que como sujetos no podemos eludir una pandemia, así como tampoco podemos ignorar los sistemáticos abusos y actos de corrupción de nuestros mandatarios y sus fuerzas represivas o el aprovechamiento que hacen de cualquier potencial crisis para fijar normas abusivas y estados de excepción que les permiten campear a sus anchas, sin embargo, la escritura Lihneana entraña un germen de desacato en contra del oficialismo y sus sistemas de lavado de imagen y manipulación a través del miedo.

Enrique Lihn es un autor que con los años ha fortalecido su vigencia, su obra no envejece sino que madura y cobra nuevos ribetes frente a las situaciones que vamos afrontando como sociedad chilena y latinoamericana. Es importante acercarse a su poesía, pero también a las otras vertientes de su genio. Al leer sus ensayos sobre arte y sus textos críticos compilados en los libros Textos sobre arte y El Circo en llamas, podemos advertir el carácter visionario y exploratorio de su prosa. Una mente capaz de anticiparse a la monstruosidad ambiental y desnudar la fragilidad de nuestras comunidades sustentadas en simulacros de poder.


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